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martes, 13 de noviembre de 2018

Las Zapatillas Negras de la Vida


LAS ZAPATILLAS NEGRAS DE LA VIDA



LAS ZAPATILLAS NEGRAS DE LA VIDA

Por; Josefina Barrón

(A Alfonso Foncho Simpson, a Andrés Roca Rey, a Joaquín Galdós, A Fernando Roca Rey, a Rafael Puga, a Gabriel Gabriel Tizon, a Raul Aramburu Tizon y a todos los talentosos toreros y novilleros jóvenes, niños y viejos que tuvo y tendrá el Perú). Esperamos sean muchos los que vengan y brillen.

No se puede ser medio torero. Como no se puede ser medio poeta.

Apenas el torero acepta que lo es, la vida es su ruedo. Y se lanza.

Estará a solas con la muerte, pues aunque alrededor existan miles, danzará con ella, la mirará a los ojos, la olerá, la rozará con todo su ser. Producirán ambos hechizantes figuras que serán trazos en un lienzo vivo. Imágenes que vibrarán en el calor de un olé y que nos confirmarán que la vida está hecha de instantes. En ellos se produce la magia del toreo. Su misterio y grandeza dependen de esos breves gestos que un solo hombre forja ante lo salvaje, recibiendo una y otra vez el albur como parte de su destino. Son gestos sutiles pero de intensa locura.

El torero es el hombre que conjura en su arte todas las artes. Funde en un movimiento la poesía, el teatro, la música, la arquitectura, la escultura, la pintura. La danza.

El torero es el hombre que torea al toro, sí, pero también la falta de él. Torea al público. A la plaza difícil, nueva, exigente, enardecida, burda, a veces más beoda que digna. Otras tantas el matador lidia ignorancia e indiferencia. Intemperie.

El torero torea su pánico, torea la muerte que se cuela en ese par de dagas vespertinas que pretenden arrancarle la vida del cuerpo. El torero es el hombre que desde joven conoció todos y cada uno de los músculos y filamentos nerviosos de la bestia para, en el momento crucial, ir mucho más allá de ellos y valerse ya no solo de su técnica sino de su instinto.

El torero está allí para desplazarse al ritmo del noble animal que lo acompaña en el ritual. Deberá llegar a olvidarse que tiene piel y hueso y sentirse un ser alado, grácil, aunque ande bien arraigado a la arena. No podrá permitirse agredir al toro ni siquiera con la mirada. No querrá faltar el respeto al toro. Deberá ir conociéndolo, sabiendo de sus espacios, querencias y tiempos.

Lo cita, lo seduce, lo va llevando.

El hombre deberá dominar lo indómito. Así, el artista supremo, maestro de la simbolización, deberá
culminar el ritual de la luz sobre las sombras. Trazar su destino. He ahí el desafío más grande de todos.

No será su adversario el toro. No será su rival la muerte. Será su compañera de baile. Porque sin la muerte no hay torero.
Sin la muerte, no habrá cómo calzar las zapatillas negras de la vida.



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