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jueves, 19 de mayo de 2016

¿Dónde estaban los bárbaros que tenía que ver en la plaza de toros?



¿Dónde estaban los bárbaros que tenía que ver en la plaza de toros?

Escrito por   Mariana Arrubla (@marianaarrubla)

 Uno en la vida puede hacer juicios de valor a partir de muchas fuentes de información. Es posible juzgar determinada conducta a partir de lo que nos cuentan, de lo que leemos, de lo que nos muestran, de lo que nos quieren hacer creer o desde lo que vivimos. Generalmente cuando el juicio es posible hacerlo desde la experiencia personal, desde lo vivido este se hace más real.

Nunca había ido a ver una corrida de toros. Las razones eran muchísimas, sobre todo una cantidad de juicios creados a partir de mil fuentes de información diferentes a la experiencia personal, es decir, juicios co creados, juicios prejuiciosos.

Luego de ver la Plaza de Toros La Macarena llena este fin de semana, de haber visto un hombre vestido en traje de hilos de oro ponerle el pecho a un animal de más de media tonelada,  de tratar de entender con detalle el significado de cada uno de los símbolos y movimientos en el ruedo, tras haber sido parte de un público que interactuaba de forma armoniosa con la corrida (claveles, pañuelos blancos, aplausos rítmicos, jamón serrano, paso doble, hasta un gallo), de haber evidenciado la primera protesta antitaurina en la vida y de haber bajado de categoría como ser humano por algunos de mis amigos, me quedó faltando ver algo: los bárbaros, los sanguinarios, los salvajes, los inadaptados y las bestias que son las personas que en mi imaginario iban a las corridas de toros.

Lo que escribo hoy tiene un objetivo claro, y no es defender la tauromaquia ni tampoco satanizarla, todo lo contrario, busca ampliar el espectro de la discusión pero desde un paradigma real, a partir de escuchar, vivir y experimentar.

Que fácil caemos en juzgar al otro desde su hacer, que fácil calificamos brutalmente a aquellos que creen en cosas diferentes o disfrutan de cosas distintas, que fácil hacer juicios de valor sin la valentía de escuchar al otro.

Fui a toros, y seguramente seguiré yendo. Me gusto lo que sentí, compartí la emoción del torero, me sentí retada por su valentía, me conmovieron las emociones de los espectadores, me gustó la sonrisa del Matador al salir en hombros por la puerta grande, me gusto la conexión y el respeto de él con el público, me pareció hermoso ver las obras del maestro Botero decorando el ruedo y disfruté el sonido del paso doble que llenaba de una emoción hasta rara  la plaza. Ahora, ¿será que disfrutar de todas estas experiencias me hace una mujer bárbara, sanguinaria y salvaje?

El sábado, mientras caminaba a encontrarme con mi familia para entrar a ver la corrida, una protesta antitaurina me llamó asesina, pedófila e ignorante, ¿será que alguno de ellos se ha tomado la molestia de buscar en el diccionario el significado de la pedofilia? ¿Será que alguno de ellos me quiere explicar la relación que existe entre ir a toros y ser pedófila?

No me molesta la protesta, por el contrario, me parece necesaria, lo que me molesta es la violencia de la protesta, me aterra lo agresivo de los seres humanos entre seres humanos, me cuestiona lo fácil que clavamos en la espalda del otro el puñal de la palabra sin mirarlo a los ojos, sin ponerle el pecho (como si lo hace el Matador con el animal), sin la valentía de poner en el ruedo argumentos que cuestionen nuestro hacer, pero que respeten nuestro ser.

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