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viernes, 26 de octubre de 2018

Ahora que se nos viene el día del criollismo, Viva el Peru





Por; Josefina Barrón

Ahora que se nos viene el día del criollismo:

¿Regresa? (criollo, criollismo y criolladas)


Criollo. Vals y vianda, estirpe y raza, orgullo de una rica tradición ancestral. Criollo el vals que no fue francés y sí bajopontino; criollo el gemido de un seco de cabrito en el estómago luego del ají, de la chicha de jora, del comino y el culantro que siempre es tanto y no, no eran almas en pena los que hacían esos inquietantes ruidos en las casonas apenas terminaba la cena y con ella el día, pues está claro que los limeños somos víctimas de nuestras propias tradiciones, no siempre tan virtuosas ni tan sanas.

De la historia del término criollo diré poco, pues es tema complejo y extenso. Criollo definía a los hijos de los europeos nacidos en las colonias de Colón. Luego vino a ser símbolo de lo nacional americano en oposición a lo peninsular. Hoy hay un criollo renacido y otro que agoniza. El primero tiene menos de raza y más de viveza, se come al mundo con salsita de cebolla, saca coimisión a la coimisión de la comisión, es camarón que no solo no duerme, se levanta en peso a la corriente. Lo vaticinó el padre Calancha cuando escribió sobre el limeño allá en el Siglo XVII, culpando a Piscis de la fundación de Lima y el temperamento de su gente; gente con flema corrupta, precoces y agudos de ingenio, poco trabajadora, amiga de burlarse e inclinada a cosas poco loables, a conversar como buenos y a comer mucho y fuerte. Curioso como un fraile se valió de conocimientos paganos para determinar la naturaleza del limeño; descripción que parece coincidir con lo que siglos después percibimos como criollo.

Pues bien, esta manera de ser, hacer (y morfar) fue virreinal, republicana, mestiza y blanca, de saco, corbata, callejón y unidad vecinal. Ayer cunda, hoy mosca. El criollo siempre supo y sabrá acomodarse a los cambios. Es tránsfuga, político, empresario, espiritual, sostenible, electrónico, digital. Poco fiscal. Desigual.

Pero hay otro criollo, de una estirpe en extinción, que conserva desesperadamente en sus cuerdas octogenarias el sonido de una Lima que se va. Es un criollo jaranero y culto, que aunque albañil se anuda la corbata al cuello y los pasadores a los zapatos inmaculados, que canta y prolonga tertulias, que reconoce el sonido de cada barrio, que distingue una polca de La Victoria de una del Rímac. Habla de “golpe barrioaltino”, o del toque “achinadito” refiriéndose al estilo particular que le imprimían al cantar o al pulsar la guitarra los criollos de los distintos rincones de la ciudad. Así de refinado es este criollo que llora sobre los maderos de su guitarra. Queda un puñado de esta estirpe que sueña con darle nuevos bríos a su música, que ya no es la música de Lima, que es otra, con otro ritmo de vida. En sus callejones ya no suena el vals ni el landó. Ahora le toca el turno al reggaetón, a la movida subte, a la cumbia electrónica. La migración y el criollismo no parecieron compenetrarse. No pues. No suenan igual en el estómago el KFC y el cabrito en chicha de jora.

Pero ellos se seguirán reuniendo, en el Centro Musical Breña, en el Tipuani que está detrás del Congreso, en el Unión y en el cielo, porque se irán yendo y quedarán aquí abajo esas peñas turísticas donde los oficinistas se gastan en rubia al polo la quincena y los extranjeros, extasiados a más no poder, mueven su cucú detrás de una morena. Y ese otro criollo, el rey de los conchetis, el bacán de la oficina que en vez de pistola lleva en el cinto un smartphone, sobrevivirá porque es como la hierba cuando es mala y por eso, arrecia.

por Josefina Barrón




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